Por Patricia van Rhijn Armida
Para la revista Fulcrum 33 - Gastronomía
En este texto personal, la autora narra cómo su amor por la cocina nació en la infancia, influenciada por su familia y las comidas que unían a figuras de la cultura y la política mexicana de los años 50 y 60. Describe su trayectoria desde el aprendizaje de las cocinas mexicana y europea en casa hasta su profesionalización en Le Cordon Bleu de París. Para ella, cocinar es una forma de expresión artística y un acto que mejora las relaciones humanas, concluyendo que quien sabe cocinar nunca pasará hambre.
Hola. Me llamo Patricia y soy la abuela de Darío Castellanos Ponce de León, quien me invitó a escribir unas líneas sobre mi gusto por cocinar. El gusto por cocinar y por comer lo adquirí desde que era niña, con mi abuela Elisa, mi papá Leo van Rhijn y mi mamá Machila Armida, quien más se dedicó a inventar recetas, estudiar ingredientes prehispánicos, rescatarlos. Por ejemplo ella redescubre una receta de un caldo de huesitos que Manuel Payno recoge en su novela Los bandidos de Río Frío. Yo lo hago hasta la fecha y se ha convertido en el platillo para celebrar los cumpleaños de algunos miembros de la familia.
Para probar sus platillos, Machila invitaba a muchos amigos que en su época fueron representantes de la cultura y de la política de los años 50 y 60. Gracias a esas comidas a las que asistí en mi infancia y juventud, conocí a Diego Rivera, Frida Kahlo, Alejo Carpentier, Fernando Benítez, José Luis Cuevas, David Alfaro Siqueiros, Carlos Fuentes, Miguel Ángel Asturias y muchas otras personalidades. Mi casa funcionaba como un restaurante privado, donde artistas y políticos comían, se divertían y dirimían cuestiones de la vida nacional.
De ahí se me quedó el gusto por comer y por comprobar que la comida mejora las relaciones humanas y familiares. Yo no me he dedicado profesionalmente a la cocina porque lo hago por gusto. Pero Machila era especialista de la comida mexicana, y Leo, que era holandés, lo era de la cocina Europea, por lo que aprendí de las dos culturas a inventar mi propia mezcla. Para ello me faltaba un poco de profesionalización y tuve la oportunidad de trabajar como asistente en la prestigiosa escuela de cocina del Cordon Bleu, en París. Empecé en la escuela lavando los refrigeradores y fui escalando hasta que logré ser la asistente de los chefs. Gracias a eso fui perfeccionando y puliendo mi forma de cocinar y presentar los platillos.
A lo largo de mi vida, he coordinado festivales de cocina mexicana en Europa y Japón. He publicado cuatro libros de recetas, uno de puras recetas con maíz, otro de recetas con chile y dos con recetas para niños. El que cocina tiene la posibilidad de expresar, en cada platillo, su gusto por la vida; trata a los ingredientes como un pintor a su paleta de colores. En fin, ¿qué más les puedo decir? Una persona que sabe cocinar no se va a morir de hambre.
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