Día de Muertos: Porque el duelo también es cosa de niños

El Día de Muertos nos regala una de las lecciones más hermosas que podemos compartir con los estudiantes: la muerte no borra el amor, ni silencia los recuerdos. En una sociedad que frecuentemente evita hablar de la muerte con los niños y niñas, esta tradición ancestral nos muestra un camino diferente: recordar a quienes ya partieron es un acto de amor, gratitud y memoria.
El duelo también es cosa de niños. Ellos sienten la ausencia con profundidad. Cuando han perdido a alguien importante ese vacío se siente en el cuerpo, en la rutina y en el corazón. Acompañarles a nombrar esa ausencia, honrarla y recordarla es validar sus emociones y enseñarles que el amor trasciende la vida, tal como la conocemos.
Cuando invitamos a los estudiantes a recordar y celebrar a quienes ya no están, se pone en juego su propia historia a través del agradecimiento a quienes dejaron una huella en sus vidas. Así, docentes y estudiantes conectamos con nuestras raíces, comprendemos de dónde venimos y aprendemos que formamos parte de una cadena de amor que no se rompe cuando alguien fallece.
Por lo anterior, considero que el Día de Muertos ofrece una pedagogía única sobre la muerte, pues no la presenta como un enemigo aterrador que debe evitarse en las conversaciones, sino como parte de la vida que puede abordarse con respeto, cariño y hasta con alegría. Por ello, cuando los niños participan en los rituales —poner las ofrendas, escribir calaveritas literarias o cartas a quienes extrañan— aprenden que la muerte es natural y le sucede a todos los seres vivos, que podemos sentir tristeza y alegría al mismo tiempo cuando recordamos a quienes han fallecido, que podemos seguir sintiendo amor por quienes han muerto y que podemos honrar a los muertos como una forma de mantenerlos vivos en nuestro corazón.
Recordar a quienes han muerto tiene un profundo efecto sanador. Para los estudiantes que han experimentado pérdidas, tener un espacio y un tiempo dedicados específicamente a honrar a ese ser querido, les permite expresar su dolor de manera segura y mantener viva la conexión. Por lo tanto, en lugar de solamente sentir la ausencia, hacemos algo con ese sentimiento: preparan un altar, escriben una carta o una calaverita, platican sobre él o ella y ríen con sus ocurrencias. De tal manera que esa manera de recordar, nos ayuda a entender que la muerte es parte de nuestra propia historia y no un capítulo que debemos silenciar, borrar u olvidar.
Promover que los niños y niñas participen en nuestra tradición del Día de Muertos, como un ejercicio de memoria colectiva, es darles raíces, identidad y la certeza de que el amor verdadero trasciende todo, incluso la muerte misma. Es enseñarles que mientras los recordemos, nuestros muertos nunca estarán realmente ausentes.

Tania Gabriela Martínez Torres

maestra de español G2

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